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BOSQUEJOS ONÍRICOS

EL TIMBRE

sábado, 9 de diciembre de 2017

"Levántate, Angelo", dice alguien, y yo no obedezco. "¿Quién es yo?", piensa, mientras piensa que no sé quién es el que piensa. En todo caso, el que recibe la orden no la acata, pero tampoco es indiferente ante ella. Tensa sus músculos, se agita, empieza a sudar. En un ademán ambiguo, sugiere con su cuerpo que está a punto de obedecer, pero no lo hace. "Desde afuera debe de verse patético", piensa, sentándose en su cama.

El que está sentado piensa en tomar su guitarra y afinarla. Lo hace; luego, más agitado aún, ensaya un par de canciones, más para ganar tiempo dentro de su casa que para comprobar que sus cuerdas vocales estén listas para subir al primer bus. Baja las escaleras y se dirige a la bodega más cercana. Compra un cereal de frutas y un yogur de medio litro. Después de tomar desayuno, camina hacia la avenida Salaverry y canta su primera canción. "Hola, muy buenos días. He venido a cantarles una canción. Espero que les guste", dice, con una sonrisa en el rostro. ¿Por qué, maldita sea, no dejo de sonreír? Canta una, dos, tres canciones. Mientras canta la tercera, no logra recordar qué canción fue la primera. Le parece curioso y lo intenta, lo intenta tanto que olvida una parte de la canción que aún no termina. La gente lo nota y él sonríe. Algunos sonríen desde sus asientos y son justamente aquellos los que más dinero le dan al finalizar. 
Baja del primer bus y sube al segundo. Repite artificialmente el mismo error. Finge haber olvidado la tercera canción y sonríe cínicamente. Al terminar, el mismo resultado: más dinero del que usualmente gana, de modo que repite el mismo ritual una y otra  vez. En un par de horas nota que ya tiene el dinero que usualmente consigue trabajando ocho horas, de modo que, emocionado, llama a Diego, quizá su único amigo, y espera una, dos, tres timbradas. Las timbradas no son normales. Angelo siente pánico y no sabe la causa. Las timbradas suenan como... ¿el timbre de su casa?
Angelo despierta. Su madre ha olvidado las llaves y está tocando el timbre. Nota que nunca afinó la guitarra ni tomó desayuno ni hizo el dinero que creyó que había hecho. Entonces advierte que quiere rendirse, que ya no lo soporta. Luego razona que no poder soportar algo es una ilusión siempre que uno esté vivo para pensarlo. Se ríe de sí mismo y se levanta. Toma la guitarra y siente el impulso controlable de querer destruirla. Mientras baja las escaleras y seca algunas lágrimas, recuerda que llorar es llorar y nada más, y que tal vez, sólo tal vez, su realidad sea otro sueño que lo distrae de una realidad aun peor, y entonces se aferra a la vida, más por terror que por haber recuperado la valentía que cree que nunca ha tenido y cuyo significado aún no encuentra. 
 
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