EL LIBRO Y EL CADÁVER

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Deseo (el verbo es excesivo) transliterar los ideogramas que visualicé sobre mi cuerpo antes de despertar. Recuerdo, porque recordar es modificar y confundir, un libro y un cadáver. Imaginé que el libro era mío y que el cadáver era mi víctima. Mis dedos eran tan inútiles como los colores sin la luz. Intenté tomar el libro, alejarme del cadáver y escapar, pero no pude, y ahora temo que ese recuerdo prefigure mi destino. 
Seguía quieto como una cosa sobre mi cama. Advertí la inmovilidad de mis párpados cuando un rayo de sol interrumpió efímeramente la imagen del cadáver. Advertí, también, la increíble ausencia del sonido.
De pronto (quizá, distraído por la distracción) vi el rostro de mi madre dibujado con hojas cerca de la ventana. Como no podía hablar, lo pensé, y algo irreal aconteció. 'Te extraño, mamá'', escuché, y de alguna manera ella me escuchó. No entendía qué había sucedido. Volví a imaginarme hablar: ''Regresa''. Era una voz diferente, más grave y madura que la que suelo oír cuando hablo. Súbitamente, me imaginé levantándome y algo (no sé si era yo) me levantó. Imaginé a mi madre volver y no volvió. Sólo entonces me decepcionó la limitación del poder que de pronto tenía. Argüí que no podía modificar el comportamiento de los demás con mis pensamientos. Sólo entonces me imaginé leyendo el libro, pero nada sucedió. El libro seguía allí, tan inmóvil como yo cuando no estoy pensando. Resolví que el libro tenía tanta vida como yo y que éste se rehusaba a ser leído. Me imaginé volando y así sucedió. Me atormentó la desesperación de quien piensa que nada es para siempre. Tal vez por eso nunca me alejé tanto del suelo. Me imaginé hablando: ''Si mi madre no regresa, me imaginaré buscándola y encontrándola''.
Me pregunté reiteradas veces si era yo el que volaba o sólo hacía volar a una imagen parecida a mí. Me pregunté si uno podía llegar a sentir lo que debiera sentir la imagen que uno idea cuando la realidad le prohíbe continuar. Sólo entonces recordé que la ausencia del sonido podía significar, en realidad, la ausencia de la percepción auditiva. Pensé, quizá inútilmente, que el ruido sólo existe si hay alguien que pueda oírlo. ''Quizá yo no estoy donde estoy'', me imaginé hablando. Tal vez eso explica la ausencia del sonido. Pero, si no estoy donde estoy, ¿dónde estoy? La pregunta es perversa e inútil.
Llegué (o imaginé llegar) al mismo cuarto. Vi a mi madre llorar y abrazar al cadáver que me acompañó antes de partir a buscarla. Gritaba como si le hubiesen mutilado una pierna o, peor aún, como si hubiese perdido un hijo. Me imaginé preguntándole por aquel cadáver. Olvidé lo inútil que es imaginar que alguien te responda. Intenté abrazarla y desapareció. Sólo entonces advertí que el cadáver era yo. Me volví hacia el libro y éste también desapareció. Ahora, despierto y dueño de mis pensamientos (mas no esclavo), imagino que el cadáver es una promesa inevitable y que el libro, víctima de su autor, es vestigio del futuro. Puede que sea escrito antes de que el que piensa mi destino me imagine cumpliendo una promesa. 
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