"Levántate, Angelo", dice alguien, y yo no obedezco. "¿Quién es yo?", piensa, mientras piensa que no sé quién es el que piensa. En todo caso, el que recibe la orden no la acata, pero tampoco es indiferente ante ella. Tensa sus músculos, se agita, empieza a sudar. En un ademán ambiguo, sugiere con su cuerpo que está a punto de obedecer, pero no lo hace. "Desde afuera debe de verse patético", piensa, sentándose en su cama.
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